domingo, 29 de julio de 2007

Capítulo 2: "La Llegada del Enviado"

Varias tribus habían sido eliminadas por las fuerzas del mismo reino que las acogía, sangrientas batallas se libraron por esta causa. Los reyes, adoradores del poder, temían tanto perder su posición que inventaban cualquier excusa para acabar con aquellos que oponían la más mínima resistencia a sus egoístas deseos. La tribu Kijutsu no fue la excepción. Los primeros en desaparecer fueron los de Terraconce, cuyo líder era el anciano Amawta, el cual murió en una gran batalla que se libró frente al palacio de la capital. Luego siguieron los de Telumi y por último los de las cinco islas del norte. Este grupo fue borrado por un sólo ser, a diferencia de los otros. Era un sujeto vestido de blanco y lo único que pudieron apreciar algunos de su casi oculto rostro fue algo negro, algo parecido a un parche, que cubría su ojo izquierdo.
Sólo uno pudo escapar a tal masacre, no por su cuenta claro, sino que con la ayuda de un par de guerreros Awaku. Este muchacho se llamaba Kosme de dieciocho años de edad. Tenía el cabello negro y ojos azules, tez blanca y era de constitución delgada. Su madre había muerto cuando era un bebé y su padre asesinado casi inmediatamente después de la aparición del sujeto vestido de blanco.
Los Awaku lo mantuvieron escondido por varios meses hasta que decidió viajar por su cuenta hasta un reino llamado Hóng-Lián. Su padre le había comentado alguna vez que si ocurría algo se dirigiera a ese lugar, ahí tendría que buscar a una mujer llamada Aixa, ella lo cuidaría . Los Awaku lo llevaron hasta Telumi, el reino costero. Desde ese lugar continuaría solo. Así comenzó el viaje del muchacho y por varios meses caminó con rumbo al reino indicado, cambiando su nombre de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad con el fin de que no reconocieran a que tribu había pertenecido antes.

Llegó a la frontera durante la noche, habían muchos soldados resguardando el lugar, no podría entrar con facilidad, tal vez ni siquiera le permitirían cruzar. Había un puente cercano, por debajo pasaba un río poco profundo. Kosme bajó cautelosamente y caminó por el agua con un poco de dificultad hasta la otra orilla. Los hombres se paseaban continuamente, muy atentos para descubrir a cualquier intruso.
Casi completamente cubierto de lodo llegó hasta el otro extremo, extendió los dos brazos y tocó el muro de tierra que se levantaba frente a él e inmediatamente esta reveló un pequeño túnel. Se metió y tras de sí el túnel se selló. Cerca de ahí, en un lugar poco patrullado un agujero se abrió entre los árboles y Kosme salió de él como si nada. Ahora estaba dentro del reino y si llegaba al pueblo o ciudad más cercana ya nadie podría sacarle. Vagó durante el resto de la noche por un bosque y cuando amaneció divisó desde una pequeña colina una aldea a la distancia.

Algunos campos de cultivo rodeaban a unas veinte casas, un río pasaba cerca de ahí y de este construían pequeños canales para regar las cosechas. Por el lado sur la rodeaba un enorme bosque y cerca de la entrada de este había un montaña. Se quitó la capa y su capucha, no deseaba llamar la atención, aunque de todas formas lo hizo ya que nadie en el lugar lo había visto antes, eso era suficiente para estar en boca del típico grupo de mujeres que se juntaban en una esquina a hablar de los demás.
Estaba cansado, necesitaba dormir cuanto antes. Busco por algunas polvorientas calles hasta que encontró una posada. Entró lentamente con una expresión sombría en su rostro. Los que se encontraban adentro comiendo o bebiendo se le quedaron mirando si sacar los ojos de él hasta que una anciana se le acercó y le preguntó:

-¿Buscas lugar?

Kosme se volteó hacia ella y asintió. La vieja agarró su brazo con delicadeza y lo condujo hasta el segundo piso por unas pequeñas escaleras.

-Segunda habitación desde la ventana -dijo la anciana apuntando hacia el final del pasillo alfombrado.

-Antes le paga...

-No te preocupes. Hablaremos en unas horas -le interrumpió ella volviendo a bajar las escaleras y dirigiéndose hasta un gran mesón donde le dijo algo al oído a un muchacho de su edad que servía comida a los que estaban ahí.

Kosme abrió la puerta de la habitación, había una cama y dos ventanas que miraban hacia el norte donde estaba el bosque del cual venía. Cayó sobre la cama sin fuerzas y unos segundos después se quedó dormido.

-¿Es él? -preguntó el muchacho cuando la vieja se le acercó.

-Estoy segura... -murmuró ella cerca de su oído.

Los dos sonrieron y volvieron a lo que hacían antes de la llegada de Kosme.

Despertó totalmente relajado, se sentía como si estuviese en su propia cama y por supuesto, en su casa. Se levantó sonriendo, extrañamente se sentía tranquilo, como si nada le pudieses hacer daño. Caminó hasta la ventana y miró hacia afuera. Era de noche, no había nadie en la calle y sólo en las algunas casas se podía apreciar un poco de luz. En ese momento la puerta se abrió despacio.

-Jovencito, ya era hora de que despertaras. Ya casi es media noche -dijo la anciana asomándose en la entrada.

-Lo siento mucho, es que hace varios días que dormía muy poco, pero ahora me siento completamente bien -dijo Kosme sonriendo desde la ventana.

-Sígueme, te daré algo de comer -dijo la vieja comenzando a caminar por el pasillo.

Kosme salió detrás de ella rápidamente, su estomago le pedía a gritos algo para llenarse. Bajaron las escaleras, el lugar estaba vacío.

-Toma asiento donde prefieras -le dijo la mujer.

Kosme asintió y se sentó cerca de una puerta que daba a una habitación contigua. Momentos después salió el mismo muchacho que había visto cuando llegó atendiendo a los clientes del lugar. Traía en su mano una bandeja con carne y algunas frutas.

-Aquí tienes. Disfrútalo -le dijo sonriendo.

Kosme tomó la carne y la despedazó con prisa, la comió como si nunca en su vida hubiese probado bocado alguno.

-Dime muchacho... ¿Cómo te llamas? -preguntó la vieja acercándose a él.

El chico tragó lo que tenía en la boca y le respondió:

-Kosme, señora.

-¿Qué buscas en esta pequeña aldea?

-Busco a una persona, su nombre es Aixa, aunque no estoy seguro de que esté aquí.

La vieja miró al otro muchacho que se encontraba de pie junto a Kosme.

-¿Usted le conoce? -preguntó el chico dejando el trozo de carne en la bandeja.

-No muy bien, pero he escuchado de ella -dijo la anciana sonriendo-. Ella vivía aquí hace un par de años.

-Algunos dicen que estaba loca, que se perdió en el bosque que está un poco más al sur y que ahora vive en la montaña -dijo el muchacho que le había servido la comida.

Kosme se quedó un momento en silencio, pensando acerca de lo que le decían. Su padre le había contado que era un poco extraña, no loca, pero si extraña. Tenía que ser ella.

-Tengo que encontrarla -dijo de repente Kosme poniéndose de pie.

-¡Claro que no! -exclamó la vieja-. Es mejor que esperes hasta mañana, el bosque es muy peligroso de noche. Mucho más aun la montaña, ahí habitan esos topos gigantes.

Kosme se volvió a sentar frustrado, aunque de todas formas ya estaba cerca y Aixa no se iría más lejos si es que ellos tenían razón y vivía en la montaña. Saldría temprano por la mañana para que la noche no entorpeciera su búsqueda, si es que esta se extendía más de lo planeado.
Nuevamente sintió ganas de dormir, al parecer aun no se recuperaba completamente como había pensado.

-Estaba muy delicioso, gracias. Antes de marcharme le pagaré todo lo que le debo -dijo Kosme haciendo una reverencia a la mujer y al muchacho que lo había atendido.

-No hay cuidado. Siempre es un placer ayudar a los viajeros -dijo la vieja mostrándole una amplia sonrisa.

Kosme subió a la habitación, entró a oscuras y se recostó en la cama sobre las cobijas. Algunos minutos después se quedó profundamente dormido.

De pronto la anciana comenzó a cambiar, su rostro se deformó y su cuerpo se estiró, se hacía más alta, su cabello se oscurecía y su piel se estiraba, ya no tenía más arrugas, ya no era la vieja.

-Informa a Satsujin que lo tenemos. El Enviado ha llegado -dijo un muchacho delgado, vestido de negro, tez blanca, de cabello rubio y ojos color verde pálido.

El otro que servía la comida asintió y salió de la posada inmediatamente. Afuera montó un Tora y se dirigió hacia el norte, hacia el pequeño bosque por el cual Kosme había vagado durante la noche anterior.

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