Algunos guerreros se acercaron a Taripay y le ayudaron a ponerse de pie. El sabio enfadado agitó sus brazos para que lo soltaran y sacudió su túnica.
-Quiero que cuatro de ustedes me acompañen al palacio -ordenó mirando a los Anxelin que lo habían ayudado antes.
Batsu no quitaba la mirada de las montañas. En esa dirección había escapado su enemiga.
-Batsu -llamó Taripay arrebatándolo de su distracción-. Vamos.
Los seis Anxelin abandonaron el lugar, caminando entre la inquieta multitud, hacia el palacio.
Kayla, Tensai y Akemi aterrizaron en una de las montañas que rodeaban a la ciudad capital para descansar, los tres estaban exhaustos.
Tensai dio una fuerte pisada y tres pequeños montículos se elevaron de la tierra, se acercaron a ellos y se sentaron.
-¿Qué sucedió en la ciudad Kayla? -preguntó Tensai dirigiendo la mirada confundida a su mujer.
Kayla no respondió.
-No sabía que podías hacer eso... eso de los rayos en el cielo -dijo de repente Akemi sonriendo a medias.
Tensai rascó su cabeza y dio un suspiro, luego se levantó precipitadamente.
-Kayla ¿Qué sucedió? -preguntó el Anxelin ansioso.
-Fue algo que se desató de repente dentro de mi -contestó casi inmediatamente-. No sé como explicarlo, nunca antes sentí algo así.
Tensai y Akemi la observaron confundidos y preocupados. Kayla no supo responder bien a la pregunta de su marido y eso la entristeció un poco.
-No me creen... -dijo Kayla cabizbaja.
Tensai se acercó y la abrazó cariñosamente. El tampoco podía entender lo que sucedía con ella, y aunque intentara de todas las formas no lo podría adivinar nunca, estaba destinado a no enterarse.
-Creemos en lo que dices -contestó su marido-. Pero estamos un poco confundidos con todo lo que está pasando.
Akemi se acercó también, puso su mano sobre el hombro de su amiga y le sonrió. En ese instante Kayla se sintió tranquila, deseó que aquel momento no terminara nunca.
Taripay entró apresurado en la sala del trono, los otros sabios ya se encontraban ahí, inclinados frente a un Anxelin de gran tamaño, de ojos azules y tez blanca, su plateado cabello le tocaba los hombros y se acariciaba constantemente la crecida barba. Llevaba puesta una armadura dorada que cubría su pecho y una larga túnica parecida a la de los sabios.
-¿Dónde está ella? -preguntó el rey cuando Taripay se acercó.
El sabio se arrodilló y contestó:
-Escapó su alteza, no pudimos hacer nada.
El rey abrió aun más sus ojos, se puso de pie y le apuntó enfadado.
-¡Te confié la misión Taripay y me has decepcionado! -gritó el gobernante-. ¡Si ella sigue con vida no podremos salvar nuestro hogar!
El sabio sintió como la furia del rey aumentaba y antes de que empeorase le dijo:
-No se preocupe mi señor... ella no saldrá de Hiver, se lo prometo.
Taripay sonrió y el rey se volvió a sentar un poco más tranquilo.
-Algo me dice que lograras tu objetivo, tarde o temprano, pero lo harás -dijo el Anxelin acariciando su barba-. Ahora vete y averigua en donde se encuentra.
Taripay asintió, se colocó de pie, hizo una reverencia y se marchó del lugar. Afuera Batsu lo esperaba. El sabio pasó a un lado de él, como si no estuviera ahí, caminando rápidamente hacia la gran puerta del enorme muro de cristal que rodeaba al palacio.
-Reune a los mejores Anxelin -le ordenó Taripay-, luego los veré en el templo de las afueras de la ciudad. Irán de cazaría.
Habían improvisado un pequeño refugio en el que se ocultaron para que no los vieran desde el cielo. Tenían que recuperar fuerzas para lo que fuera que pudiese venir.
De pronto, Tensai, se vio en un verde y enorme campo, en ese lugar el sol brillaba con mucha más fuerza que en Hiver. En un abrir y cerrar de ojos, un muchacho de cabello desordenado y ojos negros, tez pálida y mirada penetrante, apareció frente a él. Iba vestido de negro y en su brazo izquierdo tenía amarrado un paño rojo.
-¿Quién eres? -preguntó Tensai.
El muchacho se acercó a él y le respondió:
-Huye de Hiver... huye a Terraconce.
Tensai quiso hablarle, pero ya no salía ni un sonido de su boca.
El Anxelin despertó de un sobresalto. Su mujer y Akemi dormían tranquilamente. Estaban cansadas. Pensó en la extraña pesadilla, pero luego de unos momentos el sueño hizo que volviera a recostarse, en ese instante las palabras del chico resonaron en su cabeza, volvió a levantarse y miró a las dos Anxelin, no quería despertarlas, aunque de alguna forma sintió que debía hacerlo, ya no podían quedarse más tiempo.
domingo, 22 de abril de 2007
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