"Padre:
Hemos logrado penetrar en la ciudad capital de Telumi. Pronto tendremos el completo control del reino. Sus guerreros se han escondido y su rey huye por los pasajes secretos bajo tierra; no tiene salida pues todas estas han sido interceptadas. Morirá de todas formas.
Los prisioneros nos han hablado de un arma, una que da un tipo de poder infinito a quien la toca tan sólo una vez. Si me hago con ella podremos destruir a todos los que nos desafíen. Pero por ahora no puedo soñar, seguimos buscando y buscando, queda muy poco lugar, pronto la tendré en mis manos, pronto."
El rey acarició su larga barba gris que resaltaba sobre la dorada armadura que siempre llevaba puesta. Símbolo de un glorioso pasado en el campo de batalla.
Se sentó en el trono, y nuevamente leyó la carta en silencio, esta vez moviendo los labios. Los presentes, al igual que él, estaban muy preocupados. Kerbasi, el príncipe guerrero, no había hecho contacto en más de seis meses. No tenían idea alguna sobre el campo de batalla, ni de sus soldados, ni de nadie.
-Es posible que hayan sido...
Antes de terminar la oración el rey posó sobre el sujeto una mirada de odio, sus ojos inyectados de sangre le decían que no era momento para hablar sobre posibles fracasos.
Los representantes de todas las ciudades importantes del reino se reunían con el fin de discutir el futuro de este junto al rey. Pero sus palabras no eran causales de obediencia a menos que el soberano lo proclamare. Constaba de un grupo de seis miembros, el número de los lugares de más relevancia dentro de Hóng-Lían. Eran convocados una vez al mes.
Se sentaban al rededor del rey, y exponían sus preocupaciones, los problemas que afectaban a los pueblos pequeños y villas. Pero aquella vez era diferente, habían sido llamados de emergencia, para discutir sobre el no esperado regreso de las tropas y del príncipe Kerbasi aun.
-Deben enviarse más tropas al frente de batalla, hay que ayudar a Kerbasi con más hombres. En su última carta me comunicó que el reino estaba a sólo un poco de ser controlado -dijo el rey con entusiasmo, como si haciendo eso se solucionaría todo.
-Su alteza -dijo uno que se encontraba sentado cerca de él-, no podemos hacerlo, Hóng-Lían quedaría desprotegido y otros, además de Telumi, aprovecharían esta situación y esta vez Terraconce no podrá ayudarnos.
El rey se levantó con fuerza del trono, se quedó unos momentos de pie, sin decir una palabra. Miraba hacia un lugar que ningún otro podía. Dentro de su cabeza las imágenes de su hijo mutilado junto a cientos de guerreros le atormentaron.
-¡No! -gritó con desesperación- ¡Kerbasi aun vive!
Sus dichos resonaron en la sala, los vidrios de las ventanas vibraron, parecía que el rey desataría toda su furia con ellos ahí dentro. Sintieron miedo y se levantaron, listos para huir si el juicio del soberano empeoraba. La furia y el temor a perder a su hijo le estaban haciendo perder el juicio. De pronto la puerta se abrió de golpe, una delgada silueta se acercó con prisa al rey que al parecer poco a poco volvía a sus cabales. Se arrodilló frente a él y le entregó un pergamino, luego se retiró sin darle la espalda, en posición de reverencia.
El rey Conrado lo desenrolló y leyó con un poco de prisa. Sus ojos se abrieron aun más por la sorpresa. No lo podía creer, por fin recibía buenas noticias.
-Su Majestad ¿qué sucede? -preguntó uno de los presentes con voz quebrada.
El rey sonrió, no sabía como contener tal felicidad. Se levantó, su dorada armadura resplandeció con un rayo de luz que entró por la ventana en ese momento y dijo con voz firme:
-Prepárense. Kerbasi llegará al caer la noche.
A pesar de la buena noticia ninguno de los representantes demostraron algo de alegría, parecía un anticipado funeral para su hijo, como si el mensaje hubiese sido al revés. Sus rostros demostraban un poco de preocupación. Algo extraño sucedía.
Kerbasi bajó de su caballo negro, todo estaba enlodado. Llovía a cántaros. Otros tres jinetes hicieron la misma acción y le acompañaron frente al palacio de Hóng-Lían, donde varios guardias lo esperaban para darle la bienvenida. Pero el príncipe tenía otras intenciones.
Se quitó la empapada capucha que cubría su rostro, el cual estaba pálido, parecía estar muy enfermo, demacrado. El guerrero se asustó un poco al ver la sombría expresión. Intentó decir algunas palabras, pero antes de que lo hiciera un dolor que se originó en su pecho invadió todo su cuerpo después obligándole a caer paralizado al suelo. Kerbasi le había apuñalado a sangre fría. La mirada de odio en el rostro del príncipe fue lo último que vio antes de dejar el mundo para siempre.
Sus acompañantes hicieron lo mismo con los otros guardias, procurando no hacer mucho alboroto.
Escondieron los cuerpos entre los matorrales cercanos y luego entraron por la gran puerta al palacio con prisa, para que nadie los viera.
Gracias a los rayos y truenos, los gritos de los que iban muriendo bajo el filo de sus espadas no alertaban a nadie. Pronto estarían en la sala del trono, ahí terminaría y la vez comenzaría todo.
Caminaron por los alfombrados pasillos del lugar, pasando por salas y otras estancias en las que se encargaban de todo aquel que se acercara a ellos, incluso si era para rendirle el respeto merecido de un príncipe.
Un fuerte sonido resonó en todo el salón, uno que provenía desde la puerta, como si la hubiesen pateado con fuerza. De pronto el fuego de las antorchas y velas se apagaron repentinamente. Los representantes de las ciudades importantes y el rey observaron con curiosidad. Los guardias se acercaron hacia la entrada, prestando atención al más mínimo movimiento en el exterior. Los otros invitados de Conrado se fueron a un rincón un poco atemorizados.
Uno de sus acompañantes pateó por última vez la puerta que los llevaría hacia la sala del trono. Esta vez se abrió con fuerza. El príncipe sonrió maliciosamente y acto seguido entró como si nada estuviese pasando. Los soldados que estaban dentro parecieron aliviarse al verlo. La gente que se encontraba ahí, iluminados con las fugaces luces de los constantes rayos.
Conrado sintió alegría infinita en todo su ser, feliz de ver a su hijo nuevamente.
-¡Hijo mío! -exclamó con alegría caminando hacia el con lentitud y los brazos abiertos.
Ante la reacción de su padre y de los aplausos de los presentes el príncipe no se inmutó, parecía no importarle nada. Su pálido rostro, sus ojos inexpresivos le advirtieron a Conrado que algo no andaba bien.
Kerbasi se burló en su interior de los que lo recibían, no le importaba el destino que tuvieran, lo único relevante era tener la corona de oro que su padre llevaba puesta. Hizo una seña hacia sus jinetes, los que inmediatamente desenfundaron sus espadas y avanzaron hacia los que estaban ahí.
Bolas de fuego volaron hacia los individuos, pero se apagaban inmediatamente al llegar cerca de ellos. No eran efectivos los ataques. Pronto la matanza comenzó en la sala del trono.
Kerbasi cerró la puerta y luego la bloqueo con algunas mesas que dio vuelta, tirando toda la comida al piso, la que terminó bañada en la sangre de los presentes que gritaban con desesperación.
Todos fueron cayendo uno por uno, sin piedad por parte de los jinetes de Kerbasi, el príncipe traidor. Al final sólo quedó Conrado, frente al trono, empuñando la espada con valor, sin temblar, sin vacilar frente a sus atacantes.
-¿Cómo pudiste? -preguntó defraudado a su hijo.
Kerbasi se quitó la capa que cubría su cuerpo, la dejó caer elegantemente en el suelo. Desenfundó una ancha espada, de largo común; color negro y en su mango tenía cuatro pequeños diamantes oscuros, parecía como dentro de ellos una tormenta estuviese encerrada, esperando a ser liberada.
-Esta es el arma -dijo de pronto-, el arma que portó la criatura ancestral en su última batalla. Con ella tengo todo el poder de mi lado, ni siquiera el enviado podrá detenerme.
Conrado, ahora asustado, bajó su espada y miró con horror a su hijo, el cual se había convertido en alguien que desconocía por completo.
-¿Dónde está Kerbasi? -preguntó con calma.
El príncipe se arrodilló de repente, temblaba por completo mientras sus jinetes lo rodeaban levantando sus espadas hacia el techo de la habitación. La espada resbaló de sus manos por poco, pero la empuñó nuevamente, aunque esta vez, con más fuerza que antes.
-Kerbasi... ya no está...
Una voz desconocida, grave, que le paró los pelos de punta resonó en la sala del trono; una voz que no era la de su hijo.
Los ojos de Kerbasi se volvieron oscuros, un resplandor púrpura y negro se escapó de sus ojos. Dio un salto hacia su padre y con rapidez clavó la espada en su pecho.
Un hilo de sangre broto de la boca del anciano rey, la vida pasaba frente a sus ojos. Ver a su hijo matándole con euforia, con una sonrisa en el rostro, con una mirada de victoria en sus ojos le hizo desistir, ya no se aferraría a la vida. Su hijo, su único hijo, esperaba verlo pronto, en algún lugar.
Movió la espada de un lado a otro, disfrutando de cada segundo con gran emoción. Luego la quitó y lanzó el cuerpo del viejo a un lado. Ahora él sería el rey. Su plan estaba casi terminado.
-Esa Anxelin... lo hizo demasiado bien -dijo con la voz grave de antes-. Acaben con todas las fuerzas del reino, cada soldado, cada guerrero, deben desaparecer.
Sus acompañantes se arrodillaron por unos momentos, luego se levantaron y se fueron, dejándolo en medio de la muerte, la cual para él no representaba nada, pues nunca la conocería, estaba destinado a no hacerlo.
La luz de los relámpagos iluminó su rostro por pocos segundos. Una gran sonrisa apareció dibujada en su rostro; después todo se volvió oscuro y la lluvia cesó.
viernes, 10 de agosto de 2007
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